Mi comentario sobre las lecturas tiene relación con 2 aspectos relevantes para la educación de medios que a su vez se enmarcan en un marco mayor. Esto tiene que ver con la diferencia norte-sur en el estudio y legitimación de los referentes teóricos y prácticos sobre el tema; junto con los esfuerzos por visibilizar la temática en un campo de “activismo” donde la ciudadanía juegue un papel activo en exigir su derecho a informarse debidamente -sin manipulaciones ni falsos discursos- mediante acciones y estrategias concretas.
Sobre la relación norte-sur, concuerdo con el análisis hecho respecto de que muchas de las teorías y sobre todo las formas de entender la problemática y su transformación vienen en su mayoría de países industrializados (o desarrollados, o del primer mundo), las que son aplicadas en diversos contextos sociopolíticos donde no necesariamente concuerdan con la realidad local, y muchos esfuerzos y también recursos no son finalmente aprovechados. Así también, referentes teóricos y experiencias concretas son dejadas en segundo plano relevando las provenientes de lugares con tradición académica y reflexiva sobre las dinámicas sociales.
Pero esta situación pertenece a un marco cultural mayor, donde no sólo la ciencia y el progreso, sino lo pensable está marcado por el desarrollo moderno-colonial de noroccidente y su hegemonización (por la razón de la fuerza) de discursos y creencias. No sólo la educación de medios está marcada por este pensamiento y acción, sino la infinidad de ciencias y tecnologías del saber y conocer.
De esta manera, sin la apelación concreta a esta dinámica geopolítica del saber, sin develar que no sólo ésta sino gran parte del pensamiento político y social están impregnados de saberes con una mirada (e intención) totalizadora, es imposible pensar en un movimiento social con tan estrecho margen de acción, reflexión y espacio de crítica.
¿Qué hacer? A mi modo de ver, romper con la cristalización del discurso sobre la jerarquización del pensamiento unificado y posibilitar la aparición (no solo en calidad de exótico/a o excluido/a) no ya de una alternativa opuesta, que sólo mantiene y reproduce el hegemonismo, sino de las muchas voces tantas veces reclamadas y tan poco escuchadas. La intención es ir más allá de los clichés de la retórica transformadora (o ahora poscolonial) es seguir con el trabajo a pequeña y gran escala apoyando las instancias y experiencias que intenten tomar un nuevo lugar de enunciación, y construir desde la diferencia.
Termino citando a W. Mignolo (2003:34-35):
“Mientras que por un lado se cantan y se cantaron desde siempre loas a la cristianización, a la civilización, al progreso, a la modernización, al desarrollo (la cara de la modernidad), por otro se oculta que para que todo ello ocurra es necesario la violencia, la barbarie, el atraso, la “invención de la tradición”, el subdesarrollo (la cara de la colonialidad). Desde siempre, es decir desde el siglo XVI, la modernidad y la colonialidad van juntas; no hay modernidad sin colonialidad aunque los discursos siempre pronunciados desde la perspectiva de la modernidad (…) presentan la colonialidad no como un fenómeno constitutivo sino derivativo: la gran mentira (…) es hacer creer (o creer) que la modernidad superará a la colonialidad cuando, en verdad, la modernidad necesita a la colonialidad para instalarse, construirse y subsistir. No hubo, no hay y no habrá modernidad sin colonialidad. Por eso necesitamos imaginar un futuro otro y no ya la completitud del proyecto incompleto de la modernidad. Un cosmopolitismo no kantiano, que emergerá del pensamiento fronterizo más que del orden “natural” de los estados-nación, de la integración de la diferencias más que de la marginación del otro lado de las fronteras, es una posibilidad”.
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